Tiene 21 años. Es de complexión delgada y bajo de estatura. Sus ojos son de color negro intenso y de sonrisa espontánea. Saluda como un gesto de amabilidad, esa que caracteriza a los jóvenes de su edad. Pero desde que cumplió los doce años, no actúa como uno de ellos.
Sus manos están sujetas a unas esposas de color gris metálico, que le recuerdan que cumple una pena de siete años por el delito de homicidio.
A sus doce años “Salvador” (nombre ficticio) se refugió en el mundo de las pandillas y allí encontró lo que no tenía en su casa: “apoyo y cariño”.
Su único soporte durante su infancia fue su bisabuela. Al morir ella, “Salvador”, de nueve años, regresó con su madre, hermanos y padrastro, pero, no aun hogar, sino a un “infierno”.
“Apoyo y cariño” eran cosas que no habían en casa. La figura del padrastro maltratador dominaba. Su mamá lo agredía por motivos de quejas del padrastro, cuando ella regresaba del trabajo.
Los dos hermanos mayores incluyendo a “Salvador” eran hijos de un papá y el resto de otro papá. “A todos nos odiaba mi padrastro”, recuerda este joven, que no aparenta los 21 años, sino menos.
“Mi padrastro le decía cosas a mamá y habían cosas que no funcionaban, yo hacía cosas para agradar a mamá y no funcionaba. Yo aprendí a odiar a la gente que me golpeaba”, dice, mientras mueve sus manos sujetas a las esposas.
Los problemas de dinero obligaron a la familia a mudarse a la vivienda que dejó la bisabuela cuando murió. Allí iniciaban a operar las pandillas.
Después de meses de establecidos en la zona, Mamá decidió poner un negocio de bebidas embriagantes, pero las desatenciones para los cinco hijos y maltratos siguieron.
Los hijos tenían que mezclarse con los clientes. Allí llegaba gente que andaba en malos pasos.
“Mi hermana mayor inició andar con un líder de pandillas... y me inicié a relacionar con ellos, veía que se querían entre ellos, compartían las golosinas, salían a divertirse, se defendían y me gustó eso...” explica “Salvador”.
La relación en la casa y con mamá se deterioró más, ella le tomó amor al alcohol tras la separación del padrastro, no pasaba en casa y se iba con amigas. Los cinco hijos se defendían como podían y los dos mayores seguían su relación con la pandilla.
“A los doce años yo dije que quería ser pandillero y pasé todo el ritual, pero como era bien chaparro y débil no me querían brincar… pero al final lo hicieron y entré a las pandillas...”, cuenta.
Para tener respeto había que demostrar lo que podía hacer, incluso cosas muy graves.
“Tenías que matar para que te aceptaran y para que te respetaran, por eso cometí delitos bien serios”, acepta “Salvador”.
Al estar en el fondo de la pandilla, la mamá de “Salvador” sufrió un cambio inesperado. Llegó un nuevo compañero de vida, que la llevó a la iglesia y le enseñó a valorar “a sus hijos y quererlos, pero era demasiado tarde”.
“Mi mamá, cuando se enteró de la pandilla, trataba de sacarme, porque conoció a Cristo y me decía que me saliera, pero yo le decía que era bien tarde. Yo no me sentía sensible y la aborrecía y la acusaba porque me recordaba cuando me arrastraba por el piso y me pegaba por mi padrastro”, revela, sin que sus ojos se cristalicen.
Nada cambió. Así pasaron los años y el involucramiento en la pandilla seguía y tenían que hacer cosas que prefiere llamar como “graves y feas”.
“Al ver eso me drogaba. Me hice adicto al crack”, agrega.
Pero llegó buen día, cuando había cumplido los 14 años lo capturaron por el delito de agrupaciones ilícitas. La Fiscalía General de la República no tenía pruebas. La jueza que llevó el caso, lo dejó en libertad condicional y su mamá tenía que ser su tutora. Eso no cambió sus actividades en la pandilla.
Trascurrió el tiempo, pero a los 16 años llegó la segunda detención por portación ilegal de arma. La situación fue la misma, la jueza dio una segunda oportunidad de rehabilitación.
Después de eso, cuenta que pasó como un año “huyendo” porque le acumulaban varias delitos y la fiscalía buscaba procesarlo como adulto por el delito de homicidio.
Paso un año, y decidió volver a las calles, cuando volvió a ser detenido por el delito de homicidio simple. Su vida tocó fondo con esa acusación y la jueza en una nueva oportunidad de rehabilitación ofreció una medida diferente al internamiento: ingresar a una organización que se ocupaba de la rehabilitación.
“Allí aclaró el sol, me sometí al tratamiento, trabajé y me estaba adaptando, pero un día llegaron unas personas y me dijeron que estaba detenido por el delito de homicidio agravado”, explica.
Después de la acusación fue procesado bajo la Ley del Menor Infractor y enviado directamente al Centro de Intermedio que maneja el Ministerio de Justicia y Seguridad.
Al centro son enviados los jóvenes que son procesados bajo la Ley del Menor infractor, pero están por cumplir los 18 años y entonces deben de purgar su pena en ese centro, no puede estar con la población más joven.
El sol que nace en “Cristo”
Al llegar al Centro de Intermedio “Salvador” conoció a Cristo.
Su palabra le ha hado un nuevo giro a su vida, quiere formar un hogar y una familia. Que sus hijos tengan amor y todo lo que él no recibió de pequeño.
“La mayor parte de los que estamos aquí venimos de una familia desintegrada”, dice, y eso es lo que no quiere que pase, de llegar a formar su propia familia.
La decisión de separarse de la pandilla no ha sido fácil, pero cree que la palabra de Dios influyó mucho. Un buen día salió al culto y escucho al predicador hablar y sin explicación estaba de rodillas “pidiendo perdón” por aquello que cometió.
“A mí, Dios me ha cambiado de una forma que no puede explicar, creo que fue un milagro, yo he visto que la gente llega a dónde Dios quebrantados y salen librados”, explica, mientras sonríe.
Desde hace unos meses inició a formarse en los talleres de sastrería y estudia primer año de bachillerato. Su decisión de rehabilitarse lo mantiene aislado del grupo de los 86 jóvenes recluidos en el Centro de Intermedio.
Ha logrado tener una relación con su mamá. “Ahora le digo que la amo y se lo digo con todo el corazón”, confiesa, mientras sus manos se desenlazan a pesar de tener las esposas de color gris metálico.
La tentación ha tocado a su puerta varias veces. Recuerda que recién aceptado a “Cristo” un compañero del Centro estaba fumando y dijo “que si quería un toque”, pero dijo no a la tentación.
“Me dijo que yo solo el pase me estaba jugando y que pronto regresaría. Pero allí sentí que no sentía deseo de probar eso y dije que Dios estaba obrando en mi”, afirma.
“Yo antes me enfurecía cuando pasaba algo así y ahora solo me quedo callado”, agrega.
“Salvador” sostiene que es posible cambiar, no importa lo que ha pasado. “Uno puede cambiar cuando uno conoce a Dios y se materializa la obra”.
A veces la gente decide cambiar, pero están en el alcohol y la drogas, eso siempre lleva consecuencias tarde o temprano, sostiene.
Pero él asegura que de ahora en adelante lo que pase será obra de Dios. “Yo estoy en las manos de Dios, tengo muchos sueños, pero no quiero que nada se haga si no es la voluntad de él”.
“Quiero conocer un hijo, nunca lo hice en la pandillas, pero quiero conocerlo y educarlo, darle lo que no tuve, ayudarle a mi mamá que no me ha dado la espalda”, dice.
La rehabilitación lo ha llevado a ser un hombre que no guarda rencores y que se arrepiente.
La decisiones a veces es complicado tomarlas. “Pero debemos de recordar que hay un Dios supremo que lo ve todo y lo mejor es conocerlo a él. Todo lo que sembramos tiene fruto y depende como lo hagamos así será el fruto que tengamos”, reflexiona.
Después de rendir su testimonio “Salvador” regresa a su pequeña celda hecha de ladrillos y tela metálica. Allí su compañía es una colchoneta, su ropa y varios trozos de papel. También sus pinturas.
Su paso por la pandilla le dejó el gusto en el dibujo. Nunca asistió a talleres o clases, su don con el pincel es nato.
“Me gusta el dibujo y hago cuadros y mamá los vende allá afuera”, cuenta.
Cree que el dibujo es su resguardo. Aunque acepta que la sastrería le gusta. Incluso habla de que ha hecho trabajos para varios custodios del Centro de Intermedio.
Al terminar con sus procesos, uno que purga bajo la Ley del Menor Infractor y otro que está pendiente de cumplir por adulto, quiere buscar un empleo.
Para eso, inició el proceso de borrado de tatuajes, bajo el programa que impulsa el Consejo Nacional de Seguridad Pública (CNSP).
“Por la misericordia de Dios no me tatué la cara, yo estuve a punto, igual cuando un arma estaba apuntando frente de mi cara y no disparó”, finaliza.
Rehabilitación clave para prevenir
Los disparos de la cámara fotográfica, los alerta de la visita a la zona designada para su segundo taller del día. Sus manos mueven afanosamente un pedazo de masa, la que mezclan con harina para que no se pegue en la superficie de la mesa. Hacen rollitos. “Es el adorno que le ponemos a la semita” dice uno de los internos, cuando se les cuestiona sobre el trabajo que desarrollan.
Son casi las once de la mañana y los jóvenes asisten a su segunda actividad programada del día. Unos sonríen, otros bajan la mirada y otros piden conocer las cámaras.
“Hemos aprendido hacer varias clases de pan”, dice otro con un tono grave. Todos ríen.
Yessenia Ivet Gómez, interviene en la plática, para explicar que los jóvenes infractores del Centro Intermedio se les ha enseñado hacer pan francés, pan de poleada, pastelitos, pañuelos y otras variedades.
Gómez revela que reciben tres clases por semana. El resto de días se divide en sastrería, apoyo emocional, clases de educación media y bachillerato. También hay espacio para los deportes.
Irma Mejía, de la dirección del Centro Intermedio del Ministerio de Justicia y Seguridad, aseguró que en el lugar se trabaja con fondos propios, pero que suelen ser escasos para ampliar los talleres de rehabilitación.
Revela que los talleres se rehabilitaron en enero de éste año siempre por la falta de recursos y porque anteriormente no se brindaba el apoyo necesario al proceso, que la Ley del Menor Infractor ordena.
“La mayoría están integrados en todos los programas, los que no están en la escuela están en sastrería; los que no están en sastrería están en panadería, pero todos están integrados. Unos están solicitando juegos y otros programas de deporte. Ellos necesitan más por la edad, están en los 18 y 24 años”, explica la directora.
La directora no duda en decir que el Centro estuvo abandonado y eso ha influido en el proceso de los jóvenes que quieran reinsertarse a la sociedad.
“En 20 años no han existido programas de rehabilitación, si esto se hubiera tomado en cuenta no tendríamos el brote delincuencial que tenemos, porque estos jóvenes cumplen la medida y se van, pero no van rehabilitados”, explica.
Para la directora, experta en el tema de pandillas por más de once años, si estos jóvenes no reciben un tratamiento adecuado seguirán delinquiendo.
Por eso instó a otras instituciones del Estado como Ministerio de Salud, de Trabajo y la misma empresa privada a apoyar estos programas de reinserción y rehabilitación, porque es tarea de todos los sectores prevenir que estos jóvenes no vuelvan involucrarse en hechos delincuenciales.
De Centro Intermedio a granja
El Centro Intermedio inició a funcionar con 23 jóvenes en el 2005, para que los procesados bajo la Ley del Menor Infractor que pasan de los 18 años, terminen su pena allí.
Ernesto Campos, director del Centro Intermedio, explica que se tienen cuatro sectores asignados: el sector 1, 2, 3 y 4 porque se ha decidido separar a los jóvenes por grupos y su afinidad dentro de la pandilla.
Campos acepta que los internos que llegan al centro, son problemáticos y que muchas veces por eso son enviados allí. Pero hasta la fecha se ha logrado mantener estable a los 87 jóvenes, y que ellos participen en las diferentes actividades.
La estructura de la edificación es bastante antigua, pero se ha logrado rescatar algunas áreas para el desarrollo de los proyectos educativos, deportivos, vocaciones. Además de las actividades de las iglesias evangélica y católica.
“Tenemos a 25 jóvenes que van al taller de sastrería y panadería, 31 que solo va panadería y un grupo de 8 que solo asisten a sastrería. Y tenemos 23 internos que no asisten a ningún taller, pero van a la escuela y a las tareas espirituales, si ellos no quieren asistir no los podemos obligar” explica Campos.
Campos asegura que desde la dirección se promueve la inserción de los pandilleros e incluso se ha hecho contactos con la Organización de Estados Americanos para la donación de 10 computadoras.
“Con esto estamos buscando ofrecer mayores oportunidades al interno, para que ellos tomen la opción que más les parezca”, puntualiza.
Bajo la dirección del Ministro de Justicia y Seguridad, se tiene previsto construir una “Granja” para que funcione como Centro de Intermedio.
La idea es construir el lugar con mucho más espacio para que los jóvenes recluidos no estén en una misma celda y para que se les pueda impartir otro tipo de talleres.
Se tiene el terreno y un presupuesto de nueve millones para la obra, pero se tiene que ir concretizando poco a poco.
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