Homar Garcés (especial para ARGENPRESS.info)
Como lo refiriera Roberto Ramírez en su análisis “Cuba frente a una encrucijada”, escrito en 2008: “Esto va a definir rumbos que pueden ser positivos o negativos para los trabajadores y las masas populares, lo que plantea por consiguiente una lucha que decida finalmente cuál será el signo de esta “transición”. Asimismo, el desenlace va a tener importantes repercusiones, en sentido revolucionario o contrarrevolucionario, a escala latinoamericana y mundial. Cuba se encuentra, entonces, ante una encrucijada. ¿Qué camino tomar? La respuesta la va dar inevitablemente una lucha política, en la que ya se están expresando distintos intereses y fuerzas sociales, tanto de adentro como de afuera de la isla”. Todo esto, sin duda, arrojaría resultados positivos para el esclarecimiento de las vías idóneas para consolidar el socialismo, aunque, por otra parte, pudiera detonar algunos descontentos y desilusiones, imponiendo la errada idea que ello es una tarea imposible, condenada de antemano a un fracaso reiterado e ineludible.
Antes que nada, este VI Congreso del Partido Comunista cubano estará centrado en la búsqueda de soluciones a los problemas de la economía y en las decisiones fundamentales de la actualización del modelo económico cubano, según lo anunciara Raúl Castro en el Acto Conmemorativo del Décimo Aniversario del Convenio Integral de Cooperación Cuba-Venezuela, en el Palacio de las Convenciones, el 8 de noviembre de 2010. Así, los objetivos fundamentales los constituyen el reordenamiento del empleo, siendo la principal fuente de ingresos, y la producción de alimentos.
Alcanzadas la expropiación del capitalismo y una independencia nacional subordinada al poderoso imperialismo yanqui, el cual siempre la estimó como su apéndice estratégico en el mar Caribe, Cuba pareciera enrumbarse -según los pronósticos de varios estudiosos del socialismo- a dar un salto cualitativo hacia la restauración capitalista, sin cuestionar radicalmente al régimen burocrático calcado del modelo soviético.
Según se puede extraer de tales Lineamientos, el meollo del problema es la productividad del trabajo, es decir, cómo producir más y mejor, en medio de un sistema capitalista globalizado del cual difícilmente se puede mantener al margen de su influencia y vaivenes sin afectar la economía interna. Tal como lo reconocía el Che Guevara en el debate sostenido entre 1963 y 1964 con economistas cubanos y extranjeros respecto a la economía política por instaurarse en la Isla, “Todo se reduce a un denominador común en cualquiera de las formas en que se analice: el aumento de la productividad en el trabajo, base fundamental de la construcción del socialismo...”. Para estimular la productividad en el trabajo, el Che contraponía los incentivos morales, desarrollando la conciencia socialista de los trabajadores, frente a los incentivos materiales defendidos por los economistas soviéticos. Pero entre ambas concepciones o posiciones no existía la opción de la democracia consejista o participativa que, ejercida desde abajo por los sectores populares, pudiera emprender la transición sin equívocos hacia el socialismo revolucionario. En ellas preexistía la defensa del líder o de la dirigencia burocratizada e iluminada del Partido por encima de la capacidad política de las masas (sobre todo, de los trabajadores) para asumir su papel de sujetos históricos de la revolución socialista, contradiciendo los principios esenciales del socialismo, esto es, la participación y el protagonismo de éstas en todo momento.
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